Cómo llegar a Yangón.Los trenes en Birmania (I)

2 Dic 2015

Escrito por

Marta

Hoy me disponía a contar la historia de cómo viví Yangón, pero para eso es necesario dar un paso atrás y comenzar casi un día antes, porque puede decirse que la visita a la antigua capital de Myanmar empezó cuando aún estabas en Kyaikto.

Porque es todavía allí donde decides, haciendo caso a un señor, con la autoridad que le otorga pasar por ahí justo en ese momento, que es mucho mejor ir a Yangón en tren, dónde va a parar, y no en autobús como tenías pensado.

Estación de trenes de Kyaikto, Myanmar

 

Convencida de corazón como estás de esa realidad, esperas durante cuatro horas, con toda la ilusión, la llegada del tren a la estación. Y como eres una valiente y te encanta conocer lo más auténtico de los países que visitas, a pelo, mezclándote con la gente, decides que el billete que mejor le va a tus ansias de realidad, es el de tercera clase. Desde el momento en que tienes en tus manos el tique, que parece el que sacó tu abuelo para ir a visitar a tu abuela por primera vez cuando aún eran novios, con su copia con papel carbón y todo, sabes que este viaje promete.

Sólo por ser occidental te reservan un sitio en el vagón, cosa que en realidad no sucede nunca en la tercera clase birmana, pero que en lo más profundo de tu ser tú agradeces, para qué engañarse. Con su media hora de retraso de rigor aparece el tren y un trabajador de la estación te acompaña hasta tu vagón, algo que al principio no entiendes pero que, nada más poner un pie en el tren, te queda clarísimo. Como en la tercera clase no se reservan ni asignan asientos era obvio que en tu sitio habría ya sentado alguien. O álguienes. Así es. El tren viene de bote en bote. Hasta las mismísimas trancas. Nunca has estado en India pero esto es lo que más se le parece de lo que has vivido hasta ahora.

Nada más subir al vagón recibes una bofetada de calor húmedo insoportable. Y otra de hedor a orines, sudor y cualquier secreción humana. También tus oídos reciben un guantazo, tal es el ruido y griterío que hay en el tren. Total, bofetadas sensoriales por todas partes. Intentando sonreír te abres paso hasta el asiento número 9. Una vez allí, el señor de los ferrocarriles birmanos hace levantarse a las tres personas que había en el banco que te corresponde, lo que te hace sentir un poco incómoda, y un monje que llega prácticamente a la vez te hace levantarte a ti porque él prefiere la ventana.

Tren en Birmania, de Kyaikto a Yangón

 

En la medida hora que aún tienes que esperar montada en el tren hasta que éste por fin arranca te da tiempo a hacerte una idea de lo que va a ser tu vida durante las cuatro próximas horas. Gente sentada en el suelo, asomando por las ventanas, colgando de la inexistente puerta del vagón; algunos venden comida en enormes bandejas y otros simplemente cocinan en el tren, que para eso hay tiempo de sobra. Los niños lloran, los hombres gritan, las mujeres ríen. Y todos escupen, que es algo muy arraigado en el espíritu nacional birmano. Las ventanas van abiertas de par en par porque no hay siquiera ventiladores y cuando por fin el tren se pone en marcha, a una velocidad máxima que rondaría los 25 km/h, comienza la fiesta de verdad, porque los botes y el traqueteo son tales que tu culo no permanece pegado al asiento más de 30 segundos seguidos. Cuatro horas así…

O eso creías. Porque a las cuatro horas llevas parada en la estación de Bago más de 20 minutos, esperando a que la gente descanse y estire las piernas. Con vendedores ambulantes metiendo la cabeza por la ventana a grito pelado y con todo el tren comprándoles bandejas de poliespán con una ración de fideos fritos para degustar en cinco minutos y tirar sin miramiento alguno. Por la ventana de la derecha, la estación de Bago con su multitud, por la de la izquierda, un manto blanco de poliespán, como si el tren fuese el eslabón fundamental en una cadena de procesamiento  de bandejitas. Y gritando, gritando mucho. Y oliendo, oliendo mucho. Y tú sin querer moverte porque corres el riesgo de no tener sitio a la vuelta si lo haces. Mientras tanto, el monje se ha bajado y se ha subido ya dos veces.

Una vez reemprendida la marcha, el hombre que tienes en frente se pone a charlar contigo y, al rato, te pregunta que si ya has desayunado. A las cinco de la tarde (sí, las cinco, porque ya llevas más de cinco horas en el tren que tardaba cuatro en llegar a Yangón). Cara de póker. Pues sí, he desayunado y, afortunadamente, también he almorzado, unos fideos fritos en bandeja de poliespán. La pregunta no deja de ser extraña, pero después te enteras de que aquí, como en otros países de Asia, al haber pasado tanta hambre en épocas anteriores, esta expresión se utiliza a modo de ¿cómo estás? Y entonces te encanta la pregunta.

Después de seis horas de traqueteo, olores, gritos, calor y autenticidad birmana por fin llegas a Yangón, ya de noche, apurada porque el couchsurfer que te va a alojar te espera desde las dos de la tarde. Te bajas del tren, vas andando a su encuentro, para despejarte un poco, y entonces, de repente, todo está bien, porque Yangón te recibe con los brazos abiertos.

birmania_yangon_shwedagon_pagoda

 

PD: Una vez pasada la experiencia la recuerdas con cariño y estás segura de que fue maravillosa, la mejor de las posibles, y, sin duda alguna, mucho mejor que haber viajado en primera clase.

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