
Foto: Guillaume Hernandez
Guillaume Hernandez es un artista. Es un músico, un poeta. Guillaume escribe libros, dibuja en su cuaderno y toca el ukelele. Es el tatalu man, el hombre vegetariano; la introspección hacia fuera; la gracia y el salero.
Cuando conocí a Guillaume me dio coraje porque se hacía el loco. Mientras íbamos en el tren, camino de Hsipaw, y junto a mí un pesadísimo señor estadounidense entrado en la cincuentena no dejaba de charlar, en realidad para austoescucharse, él miraba de reojo y ponía cara de “no entiendo nada, yo es que suis français y no hablo inglés rien de rien”. Al Tío Sam le daba lo mismo que yo estuviese escribiendo en el ordenador o a punto de caer dormida, él seguía contando cómo le fue la última vez que se montó en un tren en la India o la primera vez que se tiró en tirolina en Costa Rica.
Guillaume, con su compañera Fanny, cuchicheaba y sólo hablaba francés. Pero por cosas del destino (llamemos destino a que el tren descarrile y tuviésemos que estar parados cinco horas) terminamos todos los turistas de ese vagón yendo a parar al mismo hotel en Hsipaw, el Red Dragon, atraídos por la charlatanería simpatiquísima de uno de sus trabajadores de 19 años que no aparentaba más de 12 (otra cosa muy birmana, parecer una media de unos 10 años más joven). Y ahí es donde comenzó mi affair puro con Guillaume.
Los dos días siguientes hicimos juntos un trekking donde también pude descubrir sus dotes como comediante, diseñador de ropa y ser humano. De los que hay que tener en la lista de amigos. De los que buscas con la mirada para reír juntos sin que haga falta haber dicho nada.
Mi viaje continuó junto al de Guillaume y Fanny durante varios días más, donde nos convertimos en una pequeña familia que viajaba unida por Birmania. De Hsipaw a Kalaw, de Kalaw a Inle, de Inle al corazón. Anduvimos por barro durante dos días enteros, cruzamos un lago en barco y andurreamos en bici por caminos de tierra y puentes de un palmo de ancho. Las horas y los kilómetros juntos hicieron que conectásemos y confiásemos al otro historias de que las que no se comparten con todo el mundo.
Guillaume, francés con alma española, se enamora todos los días, de personas, de paisajes, de pueblos enteros y hasta de gatos, y su amor le lleva por el mundo, enamorando a su paso. Si te lo encuentras, ten cuidado con saludarlo, no podrás sacarlo de tu vida tan fácilmente.
Un abrazo enorme, amigo. Nuestros hilos rojos volverán a encontrarse.
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