No eres muy de playa, pero no puedes irte de Tailandia sin pasar unos días en alguna de sus paradisíacas islas, en una de sus koh. Así que, de repente, en un improvisado cambio de planes, una noche decides que al día siguiente saldrás rumbo a Koh Tao, la “Isla Tortuga”, en lugar de hacia el norte, que era lo que tenías pensado.
La experiencia me ha ido mostrando que en los viajes se suele acertar con la improvisación, así que las cosas sólo podían salir bien. Después de recoger el visado para Birmania me fui a la estación de trenes y compré un billete combinado de tren nocturno hasta Chumphon, una ciudad costera sin mucho más interés, y un barco que en un par de horas te lleva a Koh Tao.
Nada más entrar en el tren te dan un vaso de zumo, un pastelito y, lo más importante, una manta, porque los tailandeses están locos con el aire acondicionado y te pelas de frío en cualquier medio de transporte que haya dejado atrás la tecnología del ventilador. Con eso, hale, a dormir como puedas en el asiento que medio se reclina, hasta las 6 de la mañana que llegas a Chumphon. Allí, sin poder disimular la cara de sueño, te montas en el barquito, en el que te vuelves a quedar frita hasta llegar a Koh Tao.
Cuando desembarcas, el recibimiento es una horda de taxistas que te rodea por todas partes para llevarte a tu alojamiento. Te los vas quitando de encima como puedes y, andandito, llegas en 10 minutos a un hotel que consiste en unas cuantas cabañas de bambú con una camita individual cada una y poco más. Eso sí, tan encantador todo que la vuelta al mundo podría terminar aquí ya mismo…
Lo primero que te llama la atención de Koh Tao, aparte de las aguas increíblemente turquesas, que ya las has visto al llegar, es que aquí todo el mundo va en motocicleta. Alquilar una cuesta lo mismo que coger un taxi, así que es la forma más sencilla de moverse por la isla. Constantemente pasan zumbando a tu lado sin despegarse lo más mínimo cuando vas andando por el inexistente arcén/acera (pobre de ti, que no tienes presupuesto para una motillo), así que más de una vez temes por tu integridad física.
A base de caminatas te decides a recorrer la isla por una red de senderos marcada en un mapa, que después descubres que es inexistente. Constantemente te encuentras con carteles que te avisan de que estás entrando en un camino privado y, aunque más o menos te los vas saltando porque tu mapa así lo dice, acabas metida en medio de una jungla cerrada, donde no puedes avanzar y que te recuerda mucho más a la isla de Perdidos que a un paraíso tailandés. Creo que hasta vi aparecer el humo negro un par de veces. Eso o una nube de mosquitos que me puso los pelos de punta al pensar en el dengue, del que todo el mundo te advierte cuando desembarcas. El zumbido me hizo salir corriendo montaña abajo y optar por la opción más convencional de la carretera.
Al margen de este intento de senderismo, tus días en la isla pueden pasar entre el snorkel, el buceo, tomar el sol tirada en arenas blancas o salir de fiesta hasta el amanecer. Yo opté primero por el snorkel y lo que se ve a menos de un metro de la orilla te deja sencillamente con la boca abierta. Creo que nunca había visto tanta variedad de peces en tan poco tiempo. Puedes pasar horas y horas con la máscara y el tubo disfrutando de corales y bichos de todos los tamaños y colores, tan acostumbrados a la gente que vienen casi a saludarte. ¡Y alguno es tan descarado que se atreve hasta a morderte en una herida que tienes en la pierna!
Después de disfrutar de esto, no te queda otra que contratar un par de inmersiones con botella, aunque hagan polvo tu presupuesto. De todas formas, Koh Tao es una especie de “Universidad del buceo”, tan plagada de escuelas para sacarse el Open Water que los precios son de lo mejor que puedes encontrar en el mundo. Y si te pasa como a mí, que buceando no fui muy afortunada y vi pocos más peces que haciendo snorkel, siempre puedes disfrutar de muchos, muchísimos corales preciosos. Cuestión de suerte.
Entre tanta maravilla hay algo que no te deja estar plenamente tranquila aquí, y es la sensación de que está convirtiéndose en otro nuevo Benidorm a la tailandesa, plagada de turistas por todos lados, con decenas de hoteles en construcción de manera poco controlada y que tiene toda la pinta de que acabará sobreexplotando esta isla paradisíaca y robándole gran parte de su encanto. Por eso mismo afinas más aún los sentidos, para empaparte y disfrutar de todo antes de que desaparezca.
El resto de días en la isla transcurre entre paseos, varios platos de curry, alguna que otra cerveza y hasta un inesperado espectáculo nocturno con ladyboys incluidos. Por último, Koh Tao te regala un atardecer espectacular en la playa de Sairee, poco antes de embarcar en el carguero nocturno que trae las provisiones a la isla y se lleva de vuelta a los turistas, debidamente ordenados en camarotes de 60.
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