Cuando planeabas qué visitarías en Myanmar había algunos destinos sobre los que no tenías ni que pensar. Bagán, Mandalay, Yangón… Estaba claro que ibas a ir a todos estos sitios, porque sólo el sonido de sus nombres ya te seduce. Pero una vez que estás dando vueltas por aquí comienzas a plantearte destinos nuevos. Miras y remiras el mapa de Birmania y resulta que tiene costa, aunque tú nunca le hayas prestado atención. La bahía de Bengala, el mar de Andamán… ¿Cómo será todo esto?
Pensando un poco… si no está tan lejos de las playas espectaculares de Tailandia y el país sólo se ha abierto recientemente al turismo, tanto que hay grandes zonas aún restringidas a los extranjeros… ¡las playas birmanas tienen que ser un paraíso!
Comienzas a informarte un poco más y decides cuál va a ser tu destino playero y de relax por estos lares: Ngwe Saung. Con ese nombre que en principio parece tan impronunciable (N-né Son, para orientarte), Ngwe Saung es un pueblecito en el que no hay absolutamente nada que hacer y ese es precisamente su encanto.
Algunos hoteles salpican ya su primera línea de playa pero, por suerte, aún no son muchos y, tras dar una vuelta para intentar encontrar el más barato, ves que la mayoría de ellos parecen abandonados, cerrados desde hace tiempo, con los tejados de palmera rotos y la arena agolpándose en las puertas de los bungalows. Después te enteras de que durante la temporada de lluvias hay poco que se pueda hacer por mantenerlos en unas condiciones más o menos aceptables, así que simplemente los dejan morir para resucitarlos unos meses después.
Tras un duro regateo consigues un bungalow para ti solita justo al lado de la playa, aproximadamente a un minuto y medio de la orilla a ritmo tranquilo. Las condiciones son de los más básico, pero tampoco te hace falta más. Entonces te dispones a hacer la que será una de tus actividades principales durante los próximos cuatro días: pasear. Las otras serán comer pescado, leer y bañarte en la playa. En aguas que parecen caldito, eso sí.
El primer día, mientras ibas de camino a la aldea para buscar un sitio donde cenar, disfrutas de tu primera puesta de sol en esta playa y es tan espectacular que crees que has visto poco atardeceres tan bonitos en toda tu vida. Lo envuelve todo, parece que estuvieras metida en una campana que amplifica los colores y que los refleja de punta a otra de la campana. Te quedas tan embobada que se te hace de noche en la playa y tienes que apurarte para encontrar el camino al pueblo.
Al día siguiente, el plan es el mismo, paseo, baño, lectura, comida, lectura, baño, paseo. Pero, además, te da tiempo a ver cómo es la vida de la gente de Ngwe Saung. La playa es su vida, su hogar. Es una extensión más de sus casas y la usan como tal. Los niños echan la tarde en la orilla jugando al fútbol y los mayores van a buscar la paz que da el mar. Otros la usan como el más cómodo de los caminos para llegar de un lado al otro del pueblo. Y para todos es su fuente de vida y de riqueza.
Esto es lo genial de Ngwe Saung. Apenas se ven turistas y la gente con la que te cruzas en la playa simplemente está haciendo su vida, una vida tranquila y relajada que se refleja en los ojos y la sonrisa de aquellos que la viven.
Los pocos turistas con los que te encuentras durante estos días son en su mayoría birmanos. Los distingues porque, por pudor, se bañan totalmente vestidos, con vaqueros, chaqueta y hasta bufanda si hace falta. Esto, sumado a que la mayoría de ellos no sabe nadar, da como resultado unas cifras altísimas de ahogamientos en el mar. Si ya te cuesta trabajo nadar, ¿imaginas hacerlo con un vaquero, con lo que eso pesa cuando está mojado?
Con reflexiones tan profundas como ésta es como van pasando el tiempo en Ngwe Saung. Después de cuatro días dedicada a tales menesteres y en contra de lo que te pide el cuerpo, vuelves a empaquetar todo en tu mochila y te dispones a echarte encima unas cuantas horas de autobús. Mientras, piensas que, aunque quizás estas playas no tienen la belleza asombrosa de las de Tailandia, sí tienen la magia de lo inexplorado, del territorio casi virgen y de la soledad buscada. Así que vas hacia la siguiente ciudad contentísima de haber conocido este paraíso antes de que se convierta en una copia de las playas del país vecino, rebosando turistas por los cuatro costados.
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