Ya lo has dejado caer más veces: Laos no terminó de convencerte del todo y, de hecho, tu paso por el país fue más rápido de lo que tenías previsto en un principio. Pero hubo una idea que te sedujo desde la primera vez que la escuchaste: una ruta circular de tres días en moto por los alrededores de Thakhek. Tú, que antes de llegar a Tailandia nunca habías cogido una moto. Tú, que no tenías muchas más ganas de estar en Laos.
Sin pensarlo mucho más, tal y como llegaste a la ciudad buscaste un par de negocios de alquiler de motos y después del rato de negociaciones de rigor te asignan tu flamante moto. Es una scooter de 110cc -que nadie se piense otra cosa- pero para ti como si fuese una auténtica Harley Davidson. Negra y roja, con el asiento tapizado de colores, tu fiel compañera durante los tres próximos días.
Lenta como eres, sales ya casi al medio día, con el sol en todo lo alto y un calor para morirse, siguiendo el planito hecho a mano y fotocopiado de Mr. Wangwang, el del alquiler, tu Guía Michelin para los tres próximos días. Cuando por fin te lanzas a la carretera sientes una mezcla de emoción en la barriga y libertad absoluta. Tres días enteritos para ti, para disfrutar de los paisajes, la gente que te encuentres por el camino y el viento que te da en la cara, a tu ritmo y sin horarios.
Durante el primer día te desvías a menudo de la ruta principal, con carreteras asfaltadas, y te metes por caminos de campo, de tierra, corriendo entre lagunas, montes verdes y campos de algo parecido a la lavanda. La primera parada te lleva a un chiringuito donde los locales van a pasar el día y te terminan invitando a almorzar arroz y pescado frito, emocionados por tener a alguien con quien poder charlar en inglés.
El resto del camino discurre entre enormes montañas calizas cuajadas de todo tipo de verdes, que llegan hasta el borde mismo de la carretera. Campos de arroz y poblados en miniatura van pasando a tu lado en una road movie genial. Tan genial que paras más de la cuenta a hacer fotos y acaba pillándote la noche en la carretera, así que no te queda más remedio que apurarte para poder llegar a dormir al único sitio en el que hay un hostel en los alrededores. Finalmente llegas al Sabaidee Guesthouse que, casualmente, lo regenta uno de los tipos que te recogió ayer cuando hacías autostop y te unes a una barbacoa que está por empezar. ¡Las cosas de los hilos que se vuelven a cruzar cuando menos lo esperas!
El segundo día de ruta arranca bordeando un pantano enorme, construido poco tiempo atrás, engullendo un valle entero y dejando como testigos a cientos de árboles desnudos, secos, como esqueletos que te observan silenciosos desde el lado de la carretera.
Este día el paisaje no es tan verde, es más árido y, sobre todo, más polvoriento, porque la mayor parte del tiempo discurre por una carretera que está aún en construcción. Hay que sortear baches, excavadoras y fango, que lo hacen más divertido, pero la mayor de las pesadillas aquí son los enormes camiones que van y vienen, dejándote perdida de polvo rojo y sin apenas poder respirar durante un par de minutos.
¡Todo sea por las espectaculares vistas que se pueden disfrutar!
A mitad del día intentas encontrar unas pozas donde darte un chapuzón, las Cool Springs, para lo que tienes que atravesar un descampado enoooorme, rodeado de montañas, donde no hay apenas caminos, donde se ve que apenas pasa gente y donde mejor te lo pasas, sintiéndote tan pequeñita en medio de una naturaleza tan majestuosa.
Muy al final de la tarde llegas por fin al pueblo de Kong Lor, desde el que al día siguiente saldrás a visitar la cueva más grande del país, con 7 kilómetros de largo. Te han dicho que allí, en vez de en un hostel, puedes quedarte en alguna casa particular, así que vas con esta idea en mente, que parece mucho más auténtica. Nada más bajarte de la moto, unas niñas te preguntan si estás buscando sitio para dormir y te llevan con un señor que probablemente sea su abuelo. La casa, como todas aquí, está en alto, con el salón abierto hacia el exterior, simplemente con una baranda, y ahí mismo hay un par de colchones tirados en el suelo, con sus mosquiteras correspondientes.
Tienes tantas ganas de descansar que todo te parece fantástico. Pero cuando ya has dicho que sí te das cuenta de que el baño está a dos manzanas de la casa; el señor no tiene demasiado interés en interactuar contigo y tal y como te trae el plato de la cena se va de nuevo al bar de enfrente; y lo que cuando llegaste parecía que estaba más o menos limpio resulta que no lo está tanto. Cuando te vas a meter en la cama comprendes que en realidad ese era el colchón de alguien (probablemente de tres personas) y que esa noche se han buscado sobre la marcha otro sitio donde descansar para poder echarse algunos kips al bolsillo. También te das cuenta en ese momento de que es el único día en los meses que llevas de viaje que se te ha olvidado echar en la mochila el saco-sábana para este tipo de emergencias y te consuelas pensando que al menos les hará bien ganar ese dinerillo extra. Además, lo que no te mata te hace más fuerte y hoy eres mucho menos melindrosa a la hora de caer rendida en cualquier sitio… 🙂
A la mañana siguiente te levantas temprano para ir a la cueva de Kong Lor, a la que se llega en unas barquitas de tres pasajeros. Compartes la travesía con una chica chilena y una de Zimbabwe y os adentráis en la cueva con una linternita cada una. Después de atravesar largos túneles con agua hay bajarse de la barca para recorrer zonas con estalactitas y estalagmitas enormes y volver a subir y bajar de la canoa varias veces. Una de ellas, incluso hay que ayudar al señor que la conduce a remontar un tramo en el que había poca profundidad. El resto del tiempo vais intentando descubrir todo lo más que se pueda desde la barca, con los frontalitos, disfrutando de estar en una de las cuevas más grandes del sudeste asiático.
Tras la visita emprendes el regreso a Thakhek. Son varias horas por la carretera principal que viene de Vientiane. Aunque es menos espectacular que los días anteriores, te sirve para ir recordando cada uno de los momentos vividos y disfrutas igualmente de las últimas horas en moto. Pero, sobre todo, te alegras de haberle dado a Laos la oportunidad de mostrarte una de las cosas más bonitas y divertidas que tiene: la libertad del Thakheh Loop.
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