Chiang Rai y todos sus tonos de gris

2 Mar 2016

Escrito por

Marta

Chiang Rai tiene su casa negra y su templo blanco, pero entre estos dos conocidos extremos, tiene también una extensa variedad de tonos de gris.

Este post no va de los atractivos turísticos o las cosas que puedes ver, sino más bien de las cosas que pasan y de las personas que hacen que pasen. De raruneces no tan raras que te dan que pensar y te hacen plantearte cosas.

A Chiang Rai llegaste un mes después de haber abandonado Tailandia porque, tras visitar Mynamar debes cruzar otra vez este país entero si quieres ir a Laos por tierra. Y ya que te pilla de camino, aprovechas y paras a conocer esta ciudad, que se te quedó pendiente la vez anterior.

Chiang Rai

 

Como siempre, tratas de encontrar un couchsurfer con el que poder alojarte, para ahorrar algunos bahts y, más importante, para estar lo más en contacto posible con gente local. La única persona que ha respondido a tu solicitud es una chica muy jovencita, de unos 20 años, estudiante universitaria. Después de unas 30 horas de viaje casi ininterrumpido desde Yangón por fin llegas a Chiang Rai, ya de noche y sin tiempo para mucho, por lo que te vas directamente a casa de la chica, vamos a llamarla Sirikit.

Sirikit vive en una residencia de estudiantes, en una habitación, con un diminuto cuarto de baño y el mayor número de imágenes de Hello Kitty –en todos sus formatos- por metro cuadrado que hayas visto en tu vida. En medio de esa sobredosis de rosa, Sirikit se está arreglando porque ha quedado con un amigo que llega de Londres, al que hace mucho tiempo que no ve. “Ah, por cierto, que es posible que esa noche no vuelva a dormir, pero tú ponte cómoda y siéntete como en casa…»

Puede pasar, los couchsurfers no van a detener sus vidas porque tú llegues a pasar la noche a su casa, así que, como te han dicho, cenas el curry que has comprado en el mercado y pronto te vas a la cama. A la mañana siguiente esperas a que Sirikit regrese a casa, pues habéis quedado en que vais a visitar juntas las principales atracciones de Chiang Rai: la casa negra y el templo blanco.

Pero a las 11 no ha dado señales de vida. Bueno, no quieres impacientarte, se habrá retrasado un poco. Aprovechas para escribir algo en el blog.

Sigues esperando. Y sigues sin noticias. Son ya las doce, así que le mandas un mensaje para ver si todo va bien. “Ah, sí. Me voy a retrasar un poco, es que estoy un poco lejos. Pero espérame, que en un rato estoy ahí y vamos juntas a la casa y al templo”.

Pasas a hacer la colada. En realidad, está bien tener estos momentos para hacer tareas cotidianas…

Es la una. Tienes toda tu ropa limpia y tendida, has repasado toda la blogosfera viajera y estás pensado en bajar a comprar algo para comer cuando recibes un mensaje en tu móvil. “Que aún me queda un poco, pero no te impacientes, que en una hora estoy ahí”.

Hombre, te está empezando a tocar un poco las narices, porque podías haber ido sola perfectamente a visitar la ciudad, pero ella la que insistía en acompañarte… Respiras hondo y tratas de convencerte de que no pasa nada, porque la paciencia era una de las cosas que querías trabajar en tu viaje, así que pasas a depilarte, tarea que llevabas necesitando un tiempo.

Depilación durante el viaje

Cuando tienes las piernas suaaaaaves como la seda, la ropa seca y recogida, has comido, fregado, hablado con todos tus contactos en España y son las tres de la tarde, aparece Sirikit por la puerta. Después de ducharse, secarse el pelo y comer algo, ¡está lista para ir a ver el templo blanco y la casa negra! Salís las dos en su moto y vais primero a la casa negra, que realmente está al lado de la residencia.

La casa negra es eso, una casa negra, enorme, de madera, diseñada por Thawan Duchanee, un arquitecto tailandés, con varias pinturas y esculturas en su interior que lo representan a él mismo. Alrededor de la casa hay varias cabañas, también negras, con extrañas esculturas y animales disecados en su interior.

Casa negra - Chiang Rai, Tailandia

Paseando por los jardines de la casa negra descubres que el amigo británico de Sirikit tiene unos sesenta años, está forrado de pasta y hace y deshace con ella cuando quiere. Sikirit se sincera contigo, aunque apenas la conoces, y te cuenta que no le gusta este señor, que no quiere seguir viéndolo pero que su madre la presiona para que siga con él porque tiene mucho dinero y puede resolverle la vida. Además, dice que está enamorada de otro tipo, éste neozelandés, mucho más comprensivo que el inglés. Y que le ha prometido regalarle un Samsung Galaxy S6. Y un viaje a Vietnam.

Vuelve a llamar al inglés, por si quiere que se vean esta noche, pero él tiene otros planes y va a salir con sus amigos, así que Sirikit y tú seguís hacia el templo blanco. A punto has estado de tener que volver a posponer la visita.

Está agobiada, en realidad no le gusta esa situación y, después de hablar contigo largo y tendido, sabe que sólo la hace infeliz, pero en cuanto él llama ella está dispuesta a salir pitando a donde le digan. Un perfume caro no está al alcance de todas las estudiantes.

Llegáis al templo blanco y, como podías esperar, está cerrando. Han estado esperando todo el día tu visita, pero has llegado demasiado tarde, así que tienes que conformarte con verlo por fuera. Aún está en construcción y no tiene naaaaada que ver con tooooodos los templos que has visto anteriormente, así que, al menos, te resulta curioso.

Templo blanco - Chiang Rai, Tailandia

Como no hay mucho más que hacer, cogéis de nuevo la moto y regresáis a casa, previo paso por un espectacular mercado nocturno con todo tipo de comidas y por un centro comercial en el que poder mirar los últimos modelos de smartphones.

Una vez de vuelta en la residencia de estudiantes, tu anfitriona se asegura una vez más de que no tiene que salir a ningún sitio a cenar, y se queda en la casa a repasar sus apuntes de español, que en breve tiene los exámenes. Antes de acostarse charla un rato por skype con el señor neozelandés y le comunica qué modelo de Samsung es el que ha elegido. Después se mete en la cama bajo su edredón de Hello Kitty y tú te quedas pensando en qué tiene que pasar por la cabeza de una chica de 20 años para llevar esa vida, capaz de sacrificar tantas cosas a cambio de satisfacer algunos caprichos.

Lo habías visto más veces anteriormente, chicas muy jóvenes con señores occidentales mayores, y te repugnaba, pero nunca habías conocido de primera mano a una de estas chicas y, mucho menos, habías pensado siquiera en compartir colchón con alguna de ellas. Con este pensamiento que se queda a medias y no acaba de cuajar, cierras tu ordenador y te metes en la cama de Hello Kitty.

A la mañana siguiente inicias tu camino hacia Laos antes de lo previsto, sin haber podido explorar Chiang Rai como te hubiese gustado, pero habiendo dado de lleno con otra realidad de la vida en esta parte del mundo. Y te lo llevas todo para reflexionar durante días y semanas

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