¿Quién dijo que en Camboya no hay buenas playas? Lo único que pasa es que hay que moverse un poquito para encontrarlas pero, si lo haces, puedes llegar al auténtico paraíso, y ése es, ni más ni menos, que Koh Ta Kiev (sí, a pesar del nombre, no tiene nada que ver con la fría Ucrania).
Cerca de la turística playa de Sihanoukville, pero muy lejos de ésta en su esencia, está esta pequeña isla, donde lo único que vas a encontrar es una diminuta aldea de pescadores y tres hostels, uno en el lado por donde sale el sol; dos por donde se pone. Con esta información sólo te queda esperar el barquito que, sobre las 11 de la mañana, te llevará a la isla en la que sentirte como un auténtico náufrago, sin luz, sin agua corriente y con muchas horas de sol, arena y mar para relajarte y disfrutar.
Sin planearlo, sólo por azar, has elegido el alojamiento que da al este y allá te instalas en el dormitorio compartido más molón y alternativo en el que has estado en toda tu vida. Hecho entero de caña, con techo de hojas de palmera y con solo tres paredes… La cuarta es la vista al mar, a solo cincuenta metros, para que te despierten los primeros rayos de sol y disfrutes de los amaneceres desde la cama cada noche que pases aquí.
Y así comienzan los tres días más relajados que has pasado en Camboya.
Un poco de playa, algo que tomar en el bar del hostel y vuelta a la playa. Por la tarde, es hora de explorar el otro lado de la isla, hacer un poco de snorkel y quedarse en Coral Beach para descubrir el maravilloso atardecer de Koh Ta Kiev. Y regreso al lado de levante, atravesando corriendo un trozo de jungla porque la noche ya va cayendo.
De nuevo en Naked Beach, disfrutas de la cena en el chiringuito, con los seis o siete huéspedes más, juegas a las cartas, charlas de todo y de nada. Y te vas a la cama hasta que a las cinco de la mañana las primeras luces comienzan a abrirse camino. Con los ojos aún medio cerrados te desperezas y bajas corriendo a la playa para ver desde el columpio cómo empieza a aparecer el sol. Completamente sola durante casi una hora. Eres tan pequeña…
Una de las cosas buenas de tener el amanecer a solo dos pasos es que al rato vuelves a meterte en la cama, hasta que el calor no te deja aguantar más ahí y te obliga a bajar de nuevo a darte un chapuzón. La segunda es que los más perezosos ni siquiera tienen que levantarse y pueden ser espectadores del lujo desde la comodidad del colchón, detrás de la mosquitera.
En un alarde de actividad, uno de los días decides ir en busca de la aldea de pescadores y, después de atravesar mucho fango, perderte varias veces y dar vueltas y revueltas, llegas por fin a las tres casas de los únicos habitantes de la isla, donde almuerzas algo de pescado fresco. Después de “tanto ajetreo” y de perderte otras cuantas veces en el regreso, no te queda otra que finalizar el día con un poco de playa para relajar de nuevo el cuerpo.
Y esas son todas tus obligaciones en Koh Ta Kiev. Quizás no para una vida entera, pero para unos cuantos días al año… no está mal venir a parar a una isla casi desierta. El paraíso te espera.
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