Mis pilares en Formentera, los niños de mis amores
Por si a alguien se le ha olvidado, este blog va de mapas y de lugares, pero también, y casi más importante, va de la gente linda que se conoce por el camino. Va de esas personas que brillan de manera especial o, más difícil, que hacen que una misma brille de manera especial.

Por eso tengo que hacer hueco para tres soletes que me han acompañado durante mi estancia en Formentera y que un mes después de haberme ido siguen a mi lado. Álvaro, Alejandro, Pablo.
Personas bellas, de las que quieres tener a tu lado por mucho que pase el tiempo.
Mis compañeros, mis amigos del alma en tan poco tiempo como tres meses.
Alejandro
Alejandro es el claro ejemplo de esos nudos que crea tu hilo en el viaje de la vida, esos que permiten que te vuelvas a encontrar con un mismo hilo una y otra vez.
La primera vez que los nuestros se cruzaron fue en Rijeka, en Croacia, de pura casualidad, pero ya en aquel momento me salvó del frío. Del frío de dentro y del frío de fuera. Y a base de lentejas, garbanzos y documentales de aventuras hicimos clic.
Turquía nos tenía reservado un nuevo encuentro unos meses después y Formentera ha apretado el nudo lo suficiente como para que no se vuelva a soltar.
Al poco tiempo de conocerlo ya envidié la claridad con que él veía cosas que a mí me habían costado años. Determinado, independiente y valiente. Mucha vida en veintipocos años y la ventaja suficiente para saber ya que sus dos pies sobre la tierra han venido a disfrutar.

Álvaro
Álvaro es su contrapunto. No hay hermanos más distintos y más complementarios. Álvaro es bondad pura. No está a un paso, sino a varias zancadas de distancia sobre la mayoría de los mortales cuando de ser bueno se habla. Álvaro es ternura, sensibilidad, abrigo. Empatía y simpatía. Sonriente y presente, maestro de los detalles.
Mente creativa y creadora de bienestar a su alrededor. Bálsamo de almas en el momento que más lo necesitan.
A Álvaro simplemente hay que abrazarlo. Porque quieres y porque puedes. Porque es Álvaro.

Pablo
Y Pablo, danzarín de cuerpo y alma. Más de veinte años de diferencia y nos hablamos de tú a tú. Él a mí y yo a él.
Un ser cristalino. Frescura pura, el compañero de aventuras ideal. Las dos semanas más divertidas en Formentera fueron a su lado, explorando, investigando, buscando cuevas donde dormir y volviendo a ser niños.
Arriesgado, brillante, descarado, culto, irreverente y educadísimo a la vez. Todo eso reunido en los mismos dos metros que te abrazan, te retan o se convierten en chiquitos.

Y así, contra todo pronóstico, echo de menos Formentera más de lo que me habría imaginado. Y no es sino por ellos. Me faltan las tardes de cafés con gominolas, las partidas de cartas, los saludos por el balcón, esperarnos en los soportales de casa a que baje el último. Y echo de menos los abrazos. Abrazos largos y apretados. Abrazos sinceros que curan el alma por maltrecha que esté.
Esta es la gente que quiero tener a mi lado. La que aporta, la que ríe, la que llora contigo si hace falta y la que te empuja para que puedas volar alto.
Gracias, mis niños, os quiero.
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