Qué bonitas sois, Luang Prabangs

29 Mar 2016

Escrito por

Marta

Cualquiera de las dos Luang Prabangs es bonita, la bonita y la de verdad.

Luang Prabang, Laos

Es bonita la mires por donde la mires y parece que la pusieron ahí adrede, para darte un respiro de comodidad en tu periplo por el sudeste asiático. Casi puede llegar a ser un paréntesis a la europea. Y, la verdad, por un par de días se agradece tener al alcance de la mano comodidades o lujos como pan de verdad o yogur.

Yogur en Luang Prabang

Luang Prabang está pensada para el turista, para hacer que se sienta cómodo y que, como se descuide, pase ahí más de una semana. Su calle principal, totalmente limpia, con todas sus casas (que no son casas, sino hostales, tiendas y restaurantes) perfectamente pintadas y con balcones llenos de flores, es un regalo para los ojos. Si, encima, llegas cuando acaba de celebrarse Loi Krathong y las calles aún están vestidas de fiesta, la alegría para la vista es ya total.

Luang Prabang, Laos

Pero Luang Prabang también es mucho más que eso y, después de visitar atractivos como el Palacio Real o el templo de Wat Xieng Thong, que no te queda realmente muy claro si es un templo budista o la casita de chocolate de Hansel y Grettel, descubres paseando algunas otras joyas escondidas, como una ong que recibe todas las tardes a turistas que se ofrezcan para charlar en inglés con alumnos que no tienen otros recursos para aprender la lengua extranjera. Y allí que te vas tú, dispuesta a charlar con una mezcla de estudiantes de instituto, trabajadores y hasta un monje budista.

Templo de  Wat Xieng Thong

Decenas de puestos de colores donde comprar todo tipo de artesanías, tenderetes de batidos de cualquier sabor imaginable y alguno que ni siquiera habías escuchado nombrar antes, o puestos en los que comer “todo lo que entre en el plato” por tan sólo 15000 kips, te pueden tener entretenida toda la mañana, toda la tarde y, muy probablemente, también parte de la noche.

Sombrillas en Luang Prabang, LaosBufés en Luang Prabang

Después de un par de días paseando por la ciudad, disfrutando de sus mercados y de la bulliciosa tranquilidad de sus calles, te pones en marcha hacia una de las cascadas que hay en sus alrededores. En lugar de ir a las de Kuang Si, a la que se dirigen toooodos los tuc-tuc de la ciudad, optas por seguir el consejo del couchsurfer con el que te estás quedando y convences a un conductor para que te lleve, por un precio más o menos razonable, a las de Tat Sae, menos visitadas, menos abarrotadas e igualmente preciosas. Tanto, que el baño de dos horas se te hace demasiado corto. Y a la vuelta, más Luang Prabang, más colores, más crepes de chocolate y plátano.

Cascadas de Tat Sae, Laos

Pero no solo la Luang Prabang bonita es bonita. También lo es la Luang Prabang de verdad. La que está cruzando el río, a la que no llega la mayoría de los viajeros. En la que no hay nada que ver pero que es la más auténtica; la de la gente simpática porque no está todo el día en contacto con las hordas de turistas; la que esconde una escuela de música llevada por voluntarios en la que te invitan a participar en la próxima clase de ukelele; la que tiene colegios con niños en los que te puedes asomar por la ventana y la maestra, en lugar de enfadarse, reprende a los alumnos por no haberte saludado.

Novicios en Luang Prabang, Laos

Esta es la Luang Prabang en la que un padre que espera a su hijo a la salida del instituto se para a hablar contigo porque le resulta curioso ver a un extranjero por la calle y, a pesar de que su inglés no es muy bueno, hace todos los esfuerzos posibles por hacerse entender para preguntarte cómo es tu país. Es la Luang Prabang en la que un monje en uno de los templos, y todos sus novicios, te invitan a que vuelvas a la hora de los cánticos para verlos desde dentro de la pagoda; es la que tiene puestos de fruta por las aceras en los que compran las amas de casa y tiendas con latas de leche condensada suficientes para endulzarte toda una vida.

Leche condensada en Laos

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